La Ilíada y la Odisea by Enrique Martínez Blanco

La Ilíada y la Odisea by Enrique Martínez Blanco

autor:Enrique Martínez Blanco
La lengua: spa
Format: epub
editor: Editorial Ink
publicado: 2012-11-07T00:00:00+00:00


En la cueva del gigante de un solo ojo

Con el ánimo afligido, Odiseo y sus hombres llegaron al país de los gigantes de un solo ojo, los cíclopes, una tribu salvaje y sin ley. Confiados a la bondad de los dioses, los cíclopes no sembraban ni araban la tierra. Todo les crecía sin hacer esfuerzo alguno —trigo, cebada y uvas en grandes racimos—. No construían naves de velas color carmesí, ni siquiera botes para ir de una ciudad a otra. Cada uno vivía en una montaña, en su propia cueva. E imponía la ley para su mujer e hijos, sin tener en cuenta a nadie más.

No lejos del puerto se hallaba una isla cubierta de árboles, donde sólo vivían cabras monteses. No era un mal lugar, ya que tenía praderas fértiles con abundancia de ríos, un suelo rico y un buen puerto donde las naves podían llegar hasta la playa. Aún más, en lo alto del puerto había un manantial de límpida agua que manaba de una cueva rodeada de álamos.

Hacia aquí la providencia guió las naves de Odiseo, a través de las nieblas sin luna de la noche. Ni siquiera había divisado la isla ni había oído cómo las olas se rompían en la playa cuando sus naves se acercaron a la arena.

Cuando las naves fueron llevadas a la playa, los hombres arriaron las velas, saltaron sobre las bordas de sus naves y durmieron profundamente en la playa hasta el amanecer.

Por la mañana, vagaron por los alrededores, explorando la isla. Y las ninfas les enviaron cabras monteses desde los cerros para que, al poner en acción sus curvos arcos y lanzas, los hombres pronto pudieran tener suficiente caza para una buena comida. Así durante todo el día comieron y bebieron, con abundancia de carne y de buen vino rojo.

Al mirar hacia la tierra de los cíclopes, no muy lejos de allí, pudieron ver el humo de las fogatas, y escuchar los balidos de ovejas y cabras. Tras pasar otra noche en la playa, Odiseo decidió ir a explorar.

Odiseo congregó a sus hombres y les dirigió estas palabras:

—Buenos amigos, quedaos aquí —les dijo— mientras tomo mi nave y mi tripulación para visitar esta tierra y averiguar qué clase de gente vive allí.

Entonces subieron a bordo, sus hombres lo siguieron, y pronto avanzaron remando por el grisáceo mar. Cuando llegaron a tierra, que no estaba muy lejos, vieron la boca de una cueva en un promontorio, donde se guardaban rebaños de ovejas y cabras. Fuera de la cueva había un cercado de altos muros hechos de piedras y troncos de elevadas encinas y pinos. En este refugio, que parecía más una boscosa cima de monte que el hogar de un sencillo hombre que vive de pan, habitaba un gigante. Pero ellos todavía no sabían esto.

Odiseo ordenó a la tripulación que permaneciera en la nave, a excepción de doce hombres seleccionados quienes deberían ir con él. Llevaron consigo un odre de buen vino y una bolsa de alimentos, pues Odiseo tenía el presentimiento de que allí no encontrarían una buena acogida.



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